La escritora escuchó un disparo. Cerró el
portátil con el que escribía sobre la cama y apagó la luz de la mesilla de
noche.
Solo se oía su lenta respiración y la de
su gato, que acurrucado entre sus pies, la miraba con cara de pocos amigos.
Le sorprendió no oír ningún ruido más así
que, pasados unos minutos, decidió levantarse y mirar por la ventana a través
de los visillos.
La calle estaba vacía. Se acercó hasta la
puerta y a través de la mirilla, vislumbró unas sombras. Asustada, abrió
lentamente la puerta y sacó la cabeza. No vio a nadie pero, decidida a
averiguar lo que sucedía, se apresuró por el pasillo de su planta. No llevaría
sino unos metros cuando unos brazos la sujetaron por detrás y con una mano le
taparon la boca. Intento zafarse pero le fue imposible.
Su cuerpo era arrastrado hasta su casa.
Una vez dentro, el encapuchado la encañonó y con un hábil movimiento la
amordazó.
Le dolía todo el cuerpo. Los músculos
estaban agarrotados de la tensión. Intentaba ver su cara, pero era imposible,
siempre se situaba a su espalda. Aún no había oído la voz de aquel individuo.
Por su cabeza pasaron miles de escenas de las películas que solía ver con su
padre cuando era pequeña.
Casi no podía respirar. Él la mantenía
sujeta. En un rápido movimiento la hizo girar y la colocó frente a frente. El
encapuchado le vendó los ojos y le quitó la mordaza. Ella aprovechó para coger
una bocanada de aire pero no se atrevió a decir ni una palabra. Se sabía
observada. La proximidad de aquel sujeto la mantenía en vilo. Las manos del
extraño bajaron por su espalda hasta su cintura y un gemido escapó de su boca. ¿Qué le ocurría? Su corazón latía con
fuerza. ¿Estaba loca? ¿Por qué no
gritaba?. Se sentía vulnerable como las protagonistas de sus novelas
policiacas.
De repente, él la besó profundamente y
ella devolvió con pasión aquel beso.
– ¡Feliz cumpleaños!
Sorprendida, al creer reconocer la voz,
se aventuró a preguntar.
– ¿Eres tú?
El sujeto le quita la venda de los ojos y a continuación, su capucha.
La mira.
– ¿Por qué? – pregunta incrédula.
– Porque quería conocerte mejor y no me dabas opciones. La vida hay que
vivirla, saborearla hasta la última gota y qué mejor manera de demostrárselo a
una escritora que hacerla vivir un capítulo nuevo. Estaba cansado de observarte
cada mañana en la misma mesa de la cafetería y que tú casi no te dieras cuenta
de mi existencia.
Aturdida aún pero con una sonrisa en sus labios, se puso de puntillas y
lo besó. Ahora le tocaba a ella ser la única protagonista de esta nueva
historia.
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